El
Chapo Guzmán pertenece a la mitología de los narcotraficantes que mantenían un
mando único y abonaban cada día a su propia leyenda. Caído en México el “estado
de bienestar”, miles de jóvenes encontraron en la figura del jefe del cartel de
Sinaloa un modelo exitoso, patriarcal y violento donde proyectar su presente y
su futuro. Pero el narcotráfico, dice la Doctora en Ciencias Sociales Rossana
Reguillo, puede ya vivir sin los grandes capos: en su transformación
neoliberal, la narco máquina distribuye liderazgos, terceriza las ejecuciones y
privatiza el manejo del dinero.
Ilustraciones: Alejandro
Cohn
El apodo de quien fue
hasta el 22 de febrero el hombre más buscado por los gobiernos de México y
Estados Unidos se filtraba en chistes, comparaciones, anécdotas, alucinaciones,
fantasmas y relatos de la ficción diaria armados por los mexicanos que padecen
el narcotráfico como un cotidiano que se respira. Mucho antes de ser atrapado
Joaquín Guzmán Loera devino leyenda, mito, modelo y figura clave en el
mapa-horizonte cultural y social. Su sombra infectó las imaginaciones de miles
y miles (no exagero) de jóvenes que en el México del quiebre del estado de
bienestar, se decantaron por la narrativa violenta, exitosa, patriarcal que,
con la colaboración de los medios de comunicación, se fue construyendo sobre el
capo del cartel de Sinaloa.
“Hoy más que nunca dale like y comparte la imagen si apoyas al cartel de
Sinaloa”, dice la foto que multiplica me
gusta y compartidos en Facebook. En el pie se lee: “Por un México
sin secuestro y sin extorciones”. Uno de los que posteó la foto es Dámaso López, el Mini Licenciado o Mini Lic, a quien muchos ya postulan como el
sucesor del Chapo al frente del cartel. El Mini Lic tiene veintitantos años y
es hijo de Dámaso López Nuñez, “El Licenciado”, un hombre clave en la
estructura liderada por Guzmán. El Mini Lic lidera una red de jóvenes del
cartel que en las redes sociales operan bajo el nombre de Grupo Antrax o Los
Antrax.
Esta esa especie de chapitos (y a los que nombro así, acudiendo al famoso “Dr.
Simi”, cuyas farmacias similares han sido un éxito de exportación: lo mismo
pero más barato) ostetan en sus cuentas de facebook, twitter o instagram,
falsas o verdaderas relaciones con el “Señor de la Montaña”, su admiración sin
límite por ese “héroe del Siglo XXI”. Esta fascinación se puede palpar, no sólo
en las calles de Culiacán, con las camionetas negras o blancas, blindadas o no,
atestadas de jóvenes que transitan por las calles con el sonido de los
narcocorridos a todo volumen; hay que hacer el ejercicio –extremo- de analizar
los foros de youtube, que se han convertido en el espacio para dirimir las
peleas entre grupos rivales e insultar a “los contras” o “al enemigo”, como se
llaman entre ellos. No es raro encontrar, entre los cientos de comentarios que
aparecen, por ejemplo en el narco corrido sobre la boda del Chapo, comentarios
como éste:
“No seas pendejo el chapo es el héroe del siglo XXI ya que con su negocio de
traciego de droga da empleo de manera directa e indirecta a gran numero de la
poblacion y los politicos tienen empresas que solo te pagan el mendigo salario
minimo y con los narcos ganas mas siempre y cuando no sean lo parasitos
impostores de lops zetas ya que esos parasitos si dañan a la poblacion esa es
la diferencia pendejo con pancho villa y si no te gustan los narcocorridos no
los escuches y ya deja de hablar” (sic)
Y así, en una cascada interminable de envíos y reenvíos se elogia al personaje,
se hacen pactos, se insulta, pero sobre todo, se hace visible que el Chapo es
muchos; el Chapo se ha hecho legión.
Nacido en la legendaria localidad de Badiraguato, a pocos kilómetros de
Culiacán (y a la que nunca he podido llegar, porque tengo mal tino y en cada
intento resultaba “peligroso”), Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, anda en sus 55,
57 o 60, según se acuda a los datos de sus difusas biografías. De ser cierto,
estamos frente a un aries, del que se dice que es de naturaleza masculina y
aguerrido personaje. Casado muchas veces, con hermosas mujeres cercanas a su
círculo, fue convertido rápidamente en adalid del triunfo, del exceso, de las
ansias de futuro, de la irreversible conquista del negocio redituable en
detrimento del negocio justo. Figura emblemática, propiciada en gran medida por
la prensa y la industria del narcocorrido y de ese gen en la cultura mexicana
que tiende a exaltar a los antihéroes, a los líderes, a los mesías. Con el
Chapo, cobró fuerza el imaginario del consumo suntuario, de la buena vida y el
pacto total con la muerte prematura, esa cita que se cumple gustosamente a
cambio de los minutos de poder y gloria. La marca Chapo, desde su escape de
Puente Grande, fue creciendo hasta llegar a la lista de Forbes, que sin empacho
restriega la fortuna de los millonarios de este mundo.
Ahora, el Chapo tendrá que terminar de cumplir aquella condena de 12 años, de
los que le quedan tres. La Fiscalía dijo que trabaja para incorporar en el
expediente de Guzmán las acusaciones acumuladas desde que el capo se fugó de
prisión en 2001: delitos de delincuencia organizada, contra la salud, contra
las leyes sobre armas y operaciones con recursos de procedencia ilícita, entre
otros. El rumor de que estamos frente a un falso Chapo, alcanza ya proporciones
mayúsculas. Y al mismo tiempo es casi un hecho que lo extraditarán. Ese ídolo,
ese héroe del Siglo XXI, respetado y venerado por miles, enfrenta en los
Estados Unidos, varias causas en Arizona, Illinois y Texas, por delitos que van
desde lavado de dinero a crimen organizado, secuestro y tortura. Pero es en
Chicago, donde según datos del Chicago Tribune, enfrenta cargos por traficar
con dos toneladas de cocaína al mes entre 2005 y 2008, y de utilizar esta
ciudad para la distribución de droga de Filadelfia a Vancuver. En 2013, fue
boletinado como Enemigo Público Número Uno, “honor” que no se daba a nadie
después de Al Capone.
Su destino es incierto, pero no hay que olvidar que un 19 de enero de 2001, el
Chapo salió caminando y protegido de la celda 307, módulo 3, de la cárcel en
Guadalajara.
El Chapo es más que el hombre que detienen, es un lenguaje, una forma de
actuar, un símbolo, una metáfora del devenir país en llamas, práctica ilegal,
sobre entregado, amenaza velada y castigo ejemplar. Quizás lo que ignoramos, si
es que aceptamos que ha sido capturado (y no es un clon que nos asesta la
cuestionable justicia mexicana), es que el día de su arresto, nada o muy poco
ha mejorado. Su impacto cultural es ya una manera de entender el México
contemporáneo.
***
No resulta fácil pensar, analizar, interpretar lo que
significa la supuesta detención de Guzmán, presentado como la cabeza, el centro
neurálgico, el artífice, el estratega del llamado Cártel de Sinaloa o del
Pacífico. Su caída fue primero un rumor y luego una noticia de la Agencia AP,
confirmada de manera tan sorprendente como patética, por el expresidente Felipe
Calderón desde su cuenta de Twitter. Más tarde lo reconfirmó el presidente Peña
Nieto. Hasta llegar a la sobria declaración, en el hangar de la Secretaría de
Marina, del actual titular de la Procuraduría General de la República, Jesús
Murillo Karam y, la presentación sin presentación del capo sometido. Toda esta
parafernalia puede entenderse sólo en la medida en que pueda entenderse cómo
creció la leyenda y especialmente, “la marca” Chapo Guzmán.
Fotografía de Alejandro Cohn |
Esa altivez en el
anuncio de su aparente detención, no ayuda a prefigurar lo que sigue, porque a
lo largo de los años, el modelo de negocio de los grandes grupos del tráfico de
drogas mutaron en su estructura, en sus formas organizativas, en su creciente
poder de corromper las instituciones. Que el Chapo sea el centro del crimen
organizado y su liderazgo único, es algo es difícil sostener. La narco máquina aprende y en su devenir neoliberal ha sabido
incorporar, reinterpretar, utilizar dos claves importantes: los liderazgos
distribuidos y, especialmente, la tercerización de sus actividades (se contratan
sicarios ad hoc, se delega a otro grupo el manejo del dinero, se encarga el
contacto internacional y así, tercerizando).
Que su detención es un golpe mediático a favor de la muy cuestionada gestión
del llamado “nuevo PRI” en torno al combate al narcotráfico, es indudable; que
significa para el Presidente Peña Nieto un bono de alto calibre, es cierto; que
el sábado 22 de febrero de 2014, la noticia de su supuesta detención, apagó lo
que debería ser una noticia más importante por lo terrible, la masacre de al
menos 20 personas, viejos y niños incluidos en una comunidad de Guerrero, en
Tierra Caliente por parte de lo que se presume un comando armado del crimen
organizado, es ya un dato irremediable.
No es fácil en este país atender las prioridades cuando vivimos a salto de mata
entre un acontecimiento límite y otro peor, otro más terrible. Pero, más allá
del impacto mediático, de los muchos perfiles del capo, las preguntas que se
siguen nos obligan a mirar ahí, a ese espacio social, cultural, político que
acogió, arropó, cultivó, el relato magnífico y terrible del poder total.
Debemos mirar hacia la narrativa que exaltó el modelo de triunfo, del arte de
la fuga o la evasión, de la riqueza y los amores profusos que han acompañado y
envuelto el aura del gran capo –comparado, a mi juicio de manera extraña, con
Pablo Escobar-.
Del Chapo de carne y hueso supimos muy poco en los últimos años. De Pablo se
pudo hacer un libro, una telenovela; del Chapo, difícilmente. Su pista es tan
difusa como el terror que deja fosas clandestinas a su paso, que nos entrega
cuerpos colgados en los puentes o cuerpos imaginados en una cocina en Tijuana.
Lo que queda, si es que efectivamente ha sido detenido, es el rastro de los
narcocorridos escritos y cantados para exaltar su historia, algunas notas de
prensa en las que se reseña que “casi” lo encontraron o las que aluden a su
vida amorosa, a sus bodas, a la ostentación con la que viven sus hijos. Al
Chapo le falta carne para protagonizar una novela, porque su personaje está
pensado para otros afanes: las del enemigo difuso, las del enemigo glamoroso
que ocupa las listas de Forbes y, especialmente, la de la narrativa de “los más
buscados”, esa suerte de ficcionalización que nos mantiene atados a la silla,
pensando que quizás, con su captura, la vida cotidiana sea un poco menos
lúgubre o sangrienta.
El Chapo es una marca y desgastada. Le arrebataron el reinado de la imaginación
delirante: La Tuta, esa marca registrada que hoy lidera a Los Caballeros
Templarios o, El Más Loco o El Chayo, ese ya erigido en santo (San Naza), que
fundó a La Familia Michoacana, sus aliados primero y luego, sus enemigos (como
sucede en los negocios). El Chapo, y quizás sea temerario afirmarlo, pertenece
ya a esa mitología de los capos, como Osiel Cárdenas, líder del Cártel Golfo y
artífice de los temibles Zetas (enemigos de todos), que mantenían un mando
único, de trueno, y abonaban cada día a su propia leyenda. A Osiel y a Caro
Quintero (antecesor del Chapo en la estructura del grupo de Sinaloa), les
favorecía el personaje que construyeron –con esfuerzo-, en el día a día de las
comunidades; el Chapo, se construyó a golpes de propaganda, a la sombra de la
página de los más buscados y, claro, a partir de su efectista escape de la
cárcel en mi ciudad, mal llamada Puente Grande.
***
En la capilla del
Santo Malverde, ese santo sin papeles que ha eludido el copy right de la
iglesia católica, el calor de octubre pega a sol de plomo, tomo fotografías y converso con Jesús González , heredero del culto a Malverde,
administrador, pastor y gerente de la capilla. Me dice que Malverde es el santo de
todos, no nada más de los narcos: “ya ve que ellos andan fuera de la ley y pues
él también andaba fuera de la ley; y el gobierno no lo podía encontrar. Por eso
yo creo que ellos se identifican con él, le piden que los esconda del
gobierno”, explica, “pero hasta ahí”. Durante esta pequeña visita etnográfica,
no puedo dejar de escuchar la conversación de las dos mujeres que venden los
escapularios, las veladoras, las imágenes del Santo, con un joven que andará
sus 16, no más: cachucha infaltable y pantalón a la cadera, se persigna frente
a una de las imágenes del Malverde popular y una de las mujeres le dice:
-Qué, ¿ya te salistes de eso?
-Psss, ¿la verdad?, pos no, pos no puedo
-Pues deberías de pensar en tu mamá, con tanto problema, la pobre.
-Mmm…
-Y ora ¿que venistes a pedir?
- No pos por eso, por mi jefa y para ayuda en un jalecito que me encargaron.
El muchacho abandona la frescura de la capilla para salir a la calle. Entran
más, en grupos de dos o tres muchachos, una señora se dirige rapidito a prender
una veladora ante otra imagen de Malverde y murmulla lo que parece ser un
nombre, se persigna y sale abatida, con el cuerpo arrastrando una pena, un
dolor, un muerto quizás o un fantasma que le quita el sosiego.
En el 2011, Culiacán concentró el 66 % de las ejecuciones vinculadas al crimen
organizado en Sinaloa. Se trata de ejecuciones con extrema violencia y el 20%
de las víctimas tenía entre 21 y 30 años de edad. A estas muertes el gobierno
las llama: “Fallecimientos por Rivalidad Delincuencial”. Ese fue el discurso
dominante de la administración de Felipe Calderón: “se matan entre ellos”. Esos
“ellos” convirtieron al país en un cementerio ambulante, con 48 muertos al día
en los años más duros 2010-2011: un muerto cada media hora. La estadística del
horror, dice que en México, los asesinatos son la sexta causa de muerte pero la
primera entre los jóvenes. Y es falso que se maten entre “ellos”. La historia
de las víctimas fatales que nada tenían que ver con el crimen organizado no ha
sido contada todavía.
Ni el Chapo, ni Osiel Cárdenas, ni el Señor de los Cielos, ni la Tuta,
dispararon directamente las metralletas ni los rifles de asalto, pero es
indudable que sus “carismas” contribuyeron a construir un paisaje en el que la
muerte tiene permiso.
***
¿Qué significa encerrar a un capo? ¿El ocaso de su poder?
¿La melancólica añoranza de las glorias perdidas? Parece que en los casos de
los súper narcos mexicanos (y los colombianos), las cárceles han servido para
incrementar su poder y hacer crecer su estructura criminal. Pasó así con Osiel
Cárdenas, líder del cartel del Golfo, que desde el penal de La Palma (hoy
llamada Altiplano, la misma en la que está desde el 22 de febrero el Chapo),
siguió operando con la misma comodidad con que lo hacía desde sus ranchos o sus
casas. Hasta que el 19 de enero de 2007 fue extraditado a las Estados Unidos,
para enfrentar 17 cargos en una corte de Houston, Texas. Después no se supo más
y el cartel del Golfo y su brazo armado, los Zetas, con los que romperían por
“discrepancias” en el negocio, mutó, se volvió más sangriento.
La misma historia se repite con el Güero Palma, socio y amigo del Chapo Guzmán.
Presos simultáneamente en la cárcel de máxima seguridad en Puente Grande,
fueron afianzando su control sobre su organización, llamada, por el gobierno de
los Estados Unidos, “La Federación”. Dicen que un empleado del Juzgado Cuarto
de Distrito en materia penal dijo en voz baja que al Güero lo habían remitido
por narcotráfico, pero “no nos consignaron ni un gramo de enervante, también
incluyeron homicidio, pero no hay muerto y portación de armas pero ni siquiera
una resortera nos enviaron. El único delito que tiene es por daños en propiedad
ajena dados los destrozos que provocó su avión al caer”. No obstante fue
extraditado y acusado de traficar con 50 kilos de cocaína. Cincuenta kilos.
Otros socios del Chapo, como Ignacio Coronel, que vivía en Guadalajara, fue
abatido por las fuerzas federales en un oscuro operativo el 29 de Julio de
2010. Y otros importantes colegas como Juan José Esparragoza, alias El Azul, un
veterano capo de la sobrevivencia y el escape; Ismael El Mayo Zambada (que fue
entrevistado en “algún lugar de la sierra” por el reputado periodista Julio
Sherer), sigue firme en la estructura de mando; y Arturo Beltrán Leyva, El
Barbas, uno de los Beltrán, primero amigos y luego enemigos jurados del Chapo,
fue abatido en un operativo de un cuerpo élite de la Marina (la misma que
capturó al Chapo), en 2009 y exhibido en un macabro montaje (del que ninguna
autoridad se hizo responsable): semidesnudo y ensangrentado, con el hombro y
una muñeca desprendida, le pusieron billetes (pesos y dólares), rosarios, un
santo y otros elementos religiosos sobre el cuerpo. La Marina negó que sus
oficiales hayan preparado esta performance de muerte, pero es indudable que
esta “representación” constituyó un claro y alarmante mensaje: en su llamada
“guerra” contra el narco, la administración de Felipe Calderón, asumía la misma
estética y lenguajes del narco.
Extraditados, encarcelados con privilegios, atravesados por las balas
contrarias o abatidos por las fuerzas policiales, los capos se van, pero vienen
otros.
Hoy, vi pasar cuatro vehículos artillados, con federales luciendo uniformes
camuflados y encapuchados; mientras escribo esto, un helicóptero de la policía
ronda casi a ras de suelo, con uniformados armados. Hay temor, se percibe, de
lo que puede desatar la captura del Chapo.
Más información en http://www.revistaanfibia.com/cronica/la-narco-maquina-ya-no-necesita-chapos
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