Crónica
Por Mauricio Aquino
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Fotografía de Alejandra Novak |
Cuando la Universidad termina sus clases de la mañana, es
decir, a la 1 de la tarde, lo que uno normalmente piensa es: “Iré a mi casa, me
relajaré y no pensaré en pasar un segundo más en la escuela”. El hecho es, que
aún después de esta hora, la U-ERRE, como es ahora llamada, aún está llena
después de la jornada normal de clases, y esto es, excluyendo a los alumnos que
aún tienen clases en la tarde.
Es la una y media de la tarde en las afueras de la
institución, más específico aún, la 1:26, en la Facultad de Humanidades y
Ciencias Sociales. Hay mucha movilidad. Los alumnos, algunos, caminan con
prisa, ya que sus padres los esperan en la calle de Matamoros, y esto hace que
se detenga el tráfico. Hay una pareja de alumnos que está platicando en las escaleras para subir hacia el edificio;
unos los evitan, mientras que otros voltean a verlos, y otros cuantos los
reconocen y paran a saludarlos. Hay un montón de alumnos en la acera, esperando
a que el guardia pare el tráfico y les dé el paso para poder cruzar la calle.
Por fin me decido a subir, evitando a la pareja y a los que vienen bajando en
“bola”. El guardia encargado de la seguridad del edificio, me saluda, mientras
que yo deslizo mi tarjeta por el sensor y giro el torniquete para poder pasar a
la Facultad.
Dentro
del edificio
Es la 1:37 de la tarde en la Universidad, y lo primero
que se me ocurre hacer es voltear hacia los dos lados, para decidir qué lugar
visitaré primero. Lo primero que noto, es que hay una pequeña fila de tres
personas, que están esperando para usar el bebedero, pero mientras que uno
utiliza el bebedero normal, utilizando un vaso de papel, una alumna usa el otro
dispositivo, el cual tiene un sensor para llenar su bote de agua
automáticamente; haciéndome pensar si este es otra de las actualizaciones de la
Nueva U-ERRE.
Por fin procedí para mi lado izquierdo, encontrándome con
las oficinas de la dirección de los diferentes departamentos de “Humanidades”,
como comúnmente le llaman a la Facultad. Al entrar, me encuentro con Juani, la
asistente de la dirección. Le pregunto que si hay mucha concurrencia a esta
hora, a lo que ella me contesta: “Sí. De hecho, muchos alumnos prefieren venir
a esta hora para resolver sus problemas, pues es cuando ya no tiene clases la
mayoría.” Entro a las oficinas, y está todo muy tranquilo, no hay alumnos, a
excepción de una joven que se encuentra con el Director del Departamento de
Comunicación, el Licenciado Marcelino. A juzgar por lo relajado de la plática,
no se veía que fuera algo serio. Decidí, entonces, regresar por donde vine, e
irme hacia el otro lado.
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Fotografía de Alejandra Novak |
El siguiente lugar a donde me dirigí, fue a una de las
salas nuevas; la que se encuentra en medio del espacio comunal en Humanidades,
pero no sin antes notar a los tres alumnos que estaban jugando en la mesa de
“futbolito” que se encuentra en esta sala; haciéndome preguntarme si este era
el lugar más óptimo para poner un juego de esta índole, pues, en mi caso
personal, batallo mucho para concentrarme en leer o hacer una tarea, y más aun
habiendo ruido. Ignorando mis conflictos internos, entré a la “Sala de
Aprendizaje”. Lo primero que noté fue a dos alumnos acostados en las camadas,
uno utilizando su celular, mientras que el otro intentaba acomodarse para
echarse una siesta, otra vez haciéndome preguntarme, cómo podría con tanto
ruido.
Había cuatro alumnos en una mesa platicando de nada referente a la
escuela. En otra mesa, se encontraba un alumno en su laptop, no queriendo ser
distraído, ya que tenía sus audífonos; una alumna haciendo una tarea, de lo que
parecía ser la materia de “Taller Para la Empleabilidad” y otro alumno con su
cara sobre sus manos, simplemente recostado. En los sillones, se encontraba una
pareja platicando y riéndose, recostados con los pies sobre un mueble. Le
pregunté a la pareja que con qué frecuencia se la pasaban ahí y que si siempre
estaba así, a lo que me contestaron que se la pasaban ahí seguido entre clases,
pero que en temporada de exámenes, el ambiente cambia mucho, pues todo está más
callado y la gente se nota mucho más estresada. Sin más que observar en la
sala, me dirigí hacia el espacio comunal, donde lo primero que noté, son las
bancas, las cuales ya se notan viejas y olvidadas en la remodelación de la
nueva U-ERRE.
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Fotografía de Alejandra Novak |
Al voltear a mi izquierda, pasando por atrás de la sala,
de la cual acababa de salir, lo primero que noté, era una pareja, que me hizo
sentir algo incómodo, ya que la chica estaba en las piernas de él mientras se
“comían” mutuamente. Aparentemente, no les molestaba tener su intimidad en
plena vista de todos los que pasaban por ahí.
Decidí hacerme de la vista gorda
y seguí caminando. Lo siguiente que llamó mi atención fue el microondas que
estaba hasta el fondo, pegado a una máquina dispensadora de alimentos. Había
dos personas esperando a calentar su comida.
Esto habla mucho de las personas
que se quedan después del horario de clases, ya que se ven en la necesidad de
traerse comida de sus casas, para poder aguantar la tarde ahí. Casi todas las
bancas estaban vacías. Una, sólo tenía a un alumno que se veía mayor,
probablemente, de unos veintiséis años, con aspecto algo desarreglado y cabello
largo, sentado en su computadora, con unos audífonos que bloqueaban el sonido
exterior. En otra de las mesas, se encontraba una pareja, de amigas, sentadas a
punto de comer, y en la tercera banca estaba esperando un joven a que su amiga,
o novia, terminara de calentar su comida. Ya que estaba cerca, di unos cuantos
pasos más y me encontré bajando la rampa para llegar a Difusión Cultural.
La
parte artística de la Universidad
Eran las 2:46 en mi reloj, y se notaba que en DifusiónCultural estaban muy acelerados, a comparación de los demás lugares que había
visitado. Al bajar la rampa, tuve que esquivar a dos alumnas que pasaron
corriendo, pero no es que fueran a algún lugar, si no que pertenecían a la
clase de Tae Bo. Estas alumnas estaban siendo acarreadas por el instructor de
la clase, el profesor Gabriel Escamilla, quien constantemente les gritaba con
palabras de aliento, tales como: “Venga, vamos” o “No caminen, no se hagan”.
Al
bajar la rampa, voltee hacia mi izquierda, sólo para encontrar el salón 5, que
estaba siendo utilizado por un grupo de personas, que aparentemente, estaban
montando alguna especie de escena. Abrí la puerta, y encontré a la maestra
Delia Garda, recargada contra la pared, observando los movimientos de los
alumnos. Como la maestra me conoce, porque pertenecí a uno de los talleres de
teatro, dejó que me quedara a observar la obra que estaban montando. Esta obra
se llama “El Viaje”. Mientras observaba a los alumnos trazar los movimientos,
la maestra, ya un poco desesperada, puesto que se presentaban en dos días, lo
hacía repetirlas una y otra vez.
En las bancas, se encontraban dos alumnas: Carolina
Valdés y Jessica Saucedo, quienes, de lejos, parecía que estaban platicando,
sin embargo, cuando me acerqué, me di cuenta que estaban ensayando líneas para
algo. Cuando les pregunté acerca de eso, me dijeron que los alumnos, sin ayuda
de maestros, están preparando un espectáculo para honrar a Cri-Cri. Dicho
espectáculo, no sólo incluye a los alumnos de teatro, si no que los alumnos de
canto, así como bailarines y la orquesta de la Universidad, fueron invitados a
participar. Les pedí una disculpa por haberlos interrumpido, y me dirigí hacia
la cafetería “Lagartos” para ver cómo estaba el ambiente por allá.
Cafeterías
separadas
Cuando llegué a la cafetería, no pude evitar notar que
casi no había personas comiendo ahí. A simple vista, pude hacer un conteo de un
total de siete personas dentro de la cafetería, más una maestra que apenas
estaba a punto de ordenar. De las siete personas que estaban ahí, solamente
cuatro estaban comiendo, y tres de ellos, comían la comida del día, que incluía
sopa de fideos, tacos, y guarniciones, por lo que pude observar. La otra
persona, solamente estaba comiendo frituras. Como vi que no había mucho que
observar dentro de la cafetería principal, me dirigí hacia la otra parte de la
cafetería, la cual se encontraba dividida por una puerta de transparente. Este
lado de la cafetería estaba considerablemente más lleno, aunque el espacio es
mucho más reducido.
Lo que pude notar en este lado, es que no todos los que se
encontraban ahí estaban comiendo, sino que unos, se encontraban en sus laptops,
platicando, o simplemente perdidos en sus celulares. Lo que todos tenían en
común es que ninguno estaba comiendo comida de la cafetería. Es por eso que
estaban ahí, y por la que el otro lado se encontraba casi vacío. La cafetería
“Lagarto” no te permite estar ahí, a menos que se compre algo de lo que venden
ahí, cosa con la que muchos alumnos están en desacuerdo, como Ernesto Borjas,
quien se encontraba en su laptop en la cafetería “rezagada”, como la llamaba él.
Sin más lugares a donde ir, a las 4:23 decidí concluir mi
recorrido por la Universidad, y me dirigí a la salida, donde me despedí del
mismo guardia que me recibió cuando llegué. Me di cuenta que era mucho menor el
número de personas esperando en las afueras de la Universidad, pero muchas, aún
seguían esperando a que comenzara sus clases de la tarde.
Vídeo de Alejandra Novak